La carta se presenta como el testamento del apóstol Pedro (1,1), que ve próxima su muerte (1,13-15); a lo largo de todo el escrito insiste sobre su identidad, presentándose como testigo ocular de la transfiguración (1,16-18), aludiendo a su martirio predicho por el Señor (1,14); menciona una carta anterior, de toda evidencia la primera de Pedro (3;1) y se coloca a nivel de Pablo (3,15). A pesar de esta insistencia, los autores suelen atribuir la carta a una época más tardía.
Un argumento de peso para ello es la dependencia de 2 Pe respecto a la carta de Judas en la que se inspira (cf. 1,15 con Jds 3; 1,12 con Jds 5; 3,2-3 con Jds 17-18; 3,14 con Jds 24). Pero donde más resalta la dependencia es en la comparación de 2 Pe 2,1-22 con Jds 4-16. Se usan los mismos ejemplos, el castigo de los ángeles (2,4; Jds 6), Sodoma y Gomorra (2,6-8; Jds 7), Balaán (2,15; Jds 11). Se echan en cara a los adversarios los mismos vicios, el desprecio a los ángeles caídos (2,10; Jds 8) -refutado con el mismo argumento, aunque 2 Pe evita la mención de un escrito apócrifo (2,11-12; Jds 9-10)- y el libertinaje (2,13; Jds 12). 2 Pe suprime la mención de los pasajes tomados de escritos apócrifos que aparecen en Jds 6,9.14-15. Si la carta de Judas se escribió en edad posapostólica, a fortiori 2 Pedro (véase la Introducción a Judas).
Otro argumento es la desilusión con la venida de Cristo y la ironía consiguiente. Aunque la carta trata de presentar a los falsos maestros como futuros (2,1; 3,3), se le escapa el presente (2,10.12-14) y aun el pasado (2,15.22). No se comprende cómo durante la época apostólica pudo surgir tal escepticismo (cf. Mc 9,1), ni que hubiera que recurrir a argumentos como el de 3,8.
Esto sugiere tiempos posteriores, cuando desapareció la primera generación sin que nada ocurriese; así en las cartas atribuidas a Clemente, primera (ca. 95) y segunda (ca. 150).
El mundo conceptual de la carta, además del estilo, dificulta la atribución a Pedro. El uso del término «virtud» (1,5), ajeno al vocabulario del NT (sólo en Flp 4,8, con referencia a paganos), la insistencia en el «conocimiento» o criterio (1,2.3.5.6.8; 3,18), la expresión metafísica «partícipes del ser (o «naturaleza») de Dios (1,4), el término griego «epoptai» (“testigos presenciales”) perteneciente a la lengua de los misterios paganos (1,16), la yuxtaposición de un proverbio de la Escritura con otro tomado del mundo helenístico (2,22), indican una época distanciada en que ha cambiado el léxico primitivo cristiano.
El autor conoce además una colección de escritos de Pablo (3,16), que no puede explicarse en vida de los apóstoles. Por todas estas razones no suele atribuirse la carta al apóstol.
Fue sin duda un discípulo cristiano de la primera mitad del s. II, que conocía la primera carta, quien quiso defender una antigua concepción escatológica frente a ciertos grupos gnósticos. Parece ser el escrito más reciente del NT.
Su canonicidad tardó en afirmarse. Orígenes en el s. III, Eusebio y Jerónimo en el IV la cuentan aún entre los escritos dudosos. Sólo en el S. V se la incluye definitivamente en el canon.
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