sábado, 2 de junio de 2012

CAPÍTULO 3. EL RETRASO DE LA PARUSÍA.

3 1Ésta es ya, amigos, la segunda carta que os escribo. En las dos os refresco la memoria, 2para que vuestra mente sincera recuerde los dichos de los santos profetas de antaño y el mandamiento del Señor y Salvador comunicado por vuestros apóstoles. 3Sobre todo tened presente que en los últimos días vendrán hombres que se burlarán de todo y que procederán como les dicten sus deseos. 4Esos preguntarán: «¿En qué ha quedado la promesa de su venida? Nuestros padres murieron y desde entonces todo sigue como desde que empezó el mundo». 5Estos pretenden ignorar que originariamente existieron cielo y tierra; con su palabra, Dios los sacó del agua y los estableció entre las aguas; 6por eso el mundo de entonces pereció inundado por el agua. 7y por esa misma palabra, el cielo y la tierra de ahora están reservados para el fuego, guardados para el día del juicio y de la ruina de los impíos.
8pero no olvidéis una cosa, amigos, que para el Señor un día es como mil años y mil años como un día. 9No retrasa el Señor lo que prometió, aunque algunos lo estimen retraso; es que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, quiere que todos tengan tiempo para enmendarse. 10El día del Señor llegará como un ladrón, y entonces los cielos acabarán con un estampido, los elementos se des integrarán abrasados y la tierra y lo que hace en ella desaparecerán.

11 En vista de esa desintegración universal, ¿qué clase de personas deberéis ser en la conducta santa y en las prácticas de piedad, 12mientras aguardáis y apresuráis la llegada del día de Dios? Ese día incendiará los cielos hasta desintegrarlos, abrasará los elementos hasta fundirlos. 13 Ateniéndonos a su promesa, aguardamos un cielo nuevo y una tierra nueva en los que habite la justicia (Is 65,17; 66,22). 14Por eso, amigos, mientras aguardáis esto, poned empeño en estar en paz con él, libres de mancha y defecto. 
15Considerad que la paciencia de Dios es nuestra salvación, como os escribió nuestro querido hermano Pablo con el saber que Dios le dio. 16En todas sus cartas habla de esto; es verdad que hay en ellas pasajes difíciles, que esos ignorantes e inestables tergiversan, como hacen con las demás Escrituras, para su propia ruina.
17 Así pues, amigos, vosotros estáis prevenidos; estad en guardia para que no os arrastre el error de esos hombres sin principios y perdáis pie. 18Creced en el favor y el conocimiento de nuestro Señor Jesús el Mesías, a quien sea la gloria ahora y hasta el día eterno, amén.

EXPLICACIÓN.

1-18. La segunda carta, probable alusión a 1 Pe. En los escritos del género «testamento» no solía proponerse nueva doctrina, se insistía sobre lo conocido (1). El autor vuelve al tema de la venida, tratado en 1,16 y vuelve a apoyarse en las dos categorías -profetas y apóstoles- mencionadas en aquel pasaje (1,17-19) (2). La creencia en un fin inminente o próximo es .propuesta como el gran motivo para la moralidad de la conducta; de ahí la cuestión: ¿en qué ha quedado la promesa de su venida? La venida puede referirse a la de Jesús o a la del Día del Señor, es decir, al juicio y fin del mundo. El hecho de que muchos cristianos hayan muerto sin verla parece desacreditar al cristianismo; el mundo sigue su curso de siempre (4). El autor responde en términos muy generales. Los que se burlan tienen una falsa concepción de los hechos. En primer lugar, quiere probar la realidad de la venida: El diluvio fue ya un preliminar del juicio definitivo que tendrá lugar al fin de los tiempos; éste será el segundo acto, aunque no por medio del agua, sino del fuego (5-7).       

El segundo argumento se refiere al momento de la venida y es de hechura más filosófica: para el Señor un día es como mil años y mil años como un día (cf. Sal 90,4). El argumento resulta una escapatoria y, en todo caso, quita fuerza a la inminencia de la expectación. El autor pretende, por un lado, acallar a los que se burlan de la falta de cumplimiento de la promesa, pues nadie puede medir el lapso de tiempo señalado por Dios; por otro lado, piensa que Dios puede acortar ese tiempo a su arbitrio (8-10). No habla de signos precursores, cf. 2 Tes 2.

Consecuencias morales que se derivan de la expectación del mundo nuevo (Is 65,17; 66,22) (11-13). La paciencia de Dios (15), cf. Rom 2,4. La oscuridad de algunos pasajes de Pablo no hace que el autor considere su profundidad, sino sólo el peligro que representan (14-16). Exhortación final (17-18). 

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